El ser voluntaria marcó un antes y un después en mi vida. Fue una decisión que pienso que me tarde en tomar porque siempre dejaba las cosas “para después” hasta que sucedió algo inesperado. Con el sismo de septiembre de 2017 comprendí que la vida puede cambiar de un momento a otro; que debía aprovechar cada segundo para compartir mi alegría.
No pasó mucho tiempo para que me enamorara de todas y cada una de las actividades y momentos que vivía tanto con los niños como con mis compañeros voluntarios. A pesar de tener una edad menor que algunos otros voluntarios siempre me sentía parte de una gran familia.
De todo he podido aprender un poco. Los niños siempre me recuerdan que debes dejar crecer tu corazón y disfrutar de todos los momentos. Gracias a ellos sé que tengo un rumbo, pues por sus enseñanzas sé que quiero dedicar mi vida al arte más noble; el de hacer felices a los demás.
Por su parte todos y cada uno de los que forman parte de Dr. Sonrisas me han aportado algo. He podido madurar, tomar responsabilidades, ser más organizada y tener mis metas claras, pero siempre con una sonrisa.
Nunca dejaré de agradecer a la fundación por ayudarme a descubrir lo que me apasiona y lo que quiero hacer con mi vida. Cada niño y voluntario me ha dado una herramienta para mejorar, pero lo importante es tomar todas las cosas que he aprendido y regresarlo a quien me lo brindó. Regresarlo en forma de risas, consejos, bailes, juegos y hasta nuevas enseñanzas.
Estoy segura de que si no hubiera conocido esta forma de vida que es el voluntariado, no sería quien soy hoy.
Por Marian Rojas
Comments